17 de diciembre de 2013

El último video

Fede se despertó media hora antes de que suene la alarma de su reloj y miró el techo desorientado, sin saber el por qué de su madrugón poco habitual. Le bastaron cinco minutos de conciencia y de refregarse los ojos para ubicarse. “Es mi casa, es mi cama y tengo que meterme ya en internet a ver que es lo que pasó”, pensó mientras se sacaba de encima las frazadas y corría a prender la compu. Sintiendo el piso frío bajo los pies descalzos, se metió sin dudarlo en la web de uno de sus diarios favoritos y ahí vio la noticia esperada: “Después de diez años de misterio, el video original del último recital de La Ultrabomba, el mítico grupo de rock, fue publicado de forma gratuita en internet, para felicidad de todos sus seguidores”. Sonrió satisfecho: “tarea cumplida, Mandanga, mi cuenta esta saldada”
La Ultrabomba había sido durante treinta años la banda que convocó a más jóvenes y que llegó a convertirse en la abanderada de los pibes de barrio, de los rebeldes, de los rockeritos que no dudaban en juntar peso tras peso para seguirlos por todo el país en esos recitales casi prohibidos por los padres, inentendibles para los que no gustaban de su música y que se convertían en verdaderas procesiones para llegar a verlos y en verdaderas ceremonias desde el momento en que sus músicos aparecían sobre el escenario. Mandanga, su líder, se esmeraba no sólo como cantante; también sabía generar expectativa con sus desapariciones entre recital y recital, con sus escasísimas y polémicas declaraciones, con su negativa a sumarse al negocio del rock. El resto del grupo se acoplaba a su bajada de línea, a excepción de Bardo, el guitarrista que solía plantarle cara y discutirle no sólo sobre letras y acordes sino sobre la postura a adoptar ante determinados eventos.
El sábado 18 de Octubre de 2002 habían dado su último recital. Estadio de fútbol, el más grande de la Argentina, repleto. Luna llena, viento fresco sobre la piel de miles y miles de “ultrabomberos” que viajaron desde todos los rincones del país para estar presentes en lo que no se sabía aún, iba a ser el acto final de la banda. Una noche mágica, indescriptible, de esas sobre las que se vuelve a hablar entre cervezas y sólo con amigos que habían compartido el momento... los que no estuvieron allí no podían entenderlo, por más que uno lo explicara. “Los sentimientos como los de esa noche no se pueden poner en palabras y pretender que los demás los asuman y compartan”, pensó Fede, al recordarlo.
Nunca más volvieron a tocar juntos. Nunca se supo el motivo pero tras un largo año de silencio, Mandanga y Bardo, en un comunicado de prensa y para desconsuelo de todos, confirmaron lo peor: “Por problemas personales, La Ultrabomba se separa. Gracias por todo lo que nos dieron durante tantos años pero este es el fin”
Fede y sus amigos del barrio, por aquel entonces y como tantos otros, esperaron que saliera a la venta el video de ese último recital. Recorrieron disquerías, buscaron en internet, intentaron averiguar en los medios de comunicación qué pasaba que no salía a la luz. Solo consiguieron algunos videitos caseros de gente que había estado allí y muchos rumores sobre el motivo de la ausencia de tal preciado recuerdo: que la grabación oficial tuvo problemas técnicos, que la banda se disolvió por una pelea entre Mandanga y Bardo y no se ponían de acuerdo sobre qué hacer con ese video, que alguien lo había robado. Muchas versiones, nada concreto. Miles de fanáticos esperando y rogando por un video que nunca apareció.
Nunca mas supo Fede sobre la vida de los integrantes de La Ultrabomba, parecía que realmente se habían retirado del mundo. Con el paso de los años ya no salieron ni notas en los diarios sobre ellos, y se dejaron de lado las especulaciones sobre si volverían a juntarse, sobre los motivos de su separación y sobre en qué lugar del mundo estaban escondidos.
Hasta que una noche en que los excesos de cierta fiesta hicieron que Fede decidiera volver a su casa caminando, para intentar despejar su cabeza llena de alcohol y humo, le jugó una buena pasada. A tan sólo diez cuadras de su casa, la cerveza ya estaba haciendo tanta presión en su vientre que se vio obligado a entrar al baño en una estación de servicio, sucia y poco concurrida. Y allí se encontró con Mandanga: en ese baño maloliente y con el piso encharcado estaba subiendo el cierre de sus jeans con aire distraído y un cigarrillo entre los labios.
“Lo vi y supe que era él y me vio y supo que yo era suyo”, pensó Fede mientras ponía música y preparaba unos mates. “Y ahí empezó todo” Y no pudo dejar de maravillarse ante la imagen de aquella madrugada: Mandanga y el sentados en el cordón de la vereda, compartiendo una cerveza y muchos pero muchos cigarrillos. Y Mandanga confesándole su tristeza, su soledad, su sensación de vacío por la pelea con Bardo. Y contándole que el famoso video había sido el motivo de la ruptura de la banda: “Yo lo quería colgar en internet en forma gratuita como un regalo para todos ustedes, pibe. Y Bardo no quiso, se me puso a hablar de ventas, de ganancias, de guita, de números, bah. Terminamos a las trompadas, esa es la verdad. Y el video desapareció, se lo llevó, recién ayer supe que lo tiene en una caja de seguridad de un banco, esperando que a mi se me pase el capricho de hacer algo sin beneficios monetarios o esperando que yo me muera para poder disponer de él sin tener que depender de mi autorización”
Terminaron los dos llorando: Mandanga por la impotencia que sentía y Fede por una mezcla de emoción, bronca y borrachera. Y ahí nomás se separaron y no volvieron a verse. Mandanga le dio su dirección en un papelito arrugado pero Fede nunca se animó a aparecer. Sin embargo, un plan siniestro y enloquecido empezó a germinar en su fértil mente de adolescente “voy a conseguir ese video y lo voy a publicar, cueste lo que cueste”
Laburó durante más de un año en la logística: estudió la ubicación de la sucursal del banco, controló los movimientos en los alrededores, verificó con qué sistema y con qué personal de seguridad contaba, analizó opciones, medios, necesidades. Cuando tuvo todos los flancos cubiertos, le tocó conseguir tres soldados en los que confiar la tarea. Pensó en hablar con Mandanga pero se imaginó la respuesta: “yo no tengo gente de confianza, nene, viste como es esto, sos rico, famoso, súper star pero no tenés amigos... buscate tres amigos que mueran por la causa ultrabombera y que estén dispuestos a todo”
Tres días completos de analizar amigos, compañeros de colegio, integrantes del equipo de fútbol, de leer y releer la agenda para decidirse. Finalmente los elegidos fueron el Bocha, Quique y la Chiky, tres ultrabomberos incondicionales que al escuchar el plan no dudaron un segundo en acoplarse. “Cierto que tuve que vencer la resistencia del Bocha para con la Chiky, no la quería por ser mujer pero esta mina era confiable e iba al frente con la que sea, y además, ahora que pasó el tiempo, tengo que reconocer que me tenía bastante enamoriscado...” recordó Fede, sintiéndose un poco avergonzado.
Así lo hicieron: meses de trabajo... juntando todos sus ahorros, alquilaron la casa vecina a la sucursal del banco y se convirtieron en boqueteros. Aprendieron sobre paredes, perforaciones, instalaciones eléctricas, ladrillos huecos, aislación de ruidos sospechosos, horarios y costumbres de los tipos de seguridad... cuatro pibes de clase media, que nunca habían hecho nada mas rudo que cortar el césped a pedido de mamá, se encontraron trabajando en una obra de albañilería. “Todavía tengo callos en las manos y la Chiky se queja de dolor de espalda todo el tiempo, ja, son como medallas de honor en el pecho...” razonó orgulloso, Fede mientras le daba un beso de buen día a su mamá.
La noche en que llegaron a la maldita sala de cajas de seguridad se asustaron. De repente, se vieron rodeados por puertitas metálicas de distintos tamaños que llegaban desde el piso hasta el techo y sin tener la menor idea sobre quiénes eran los dueños de cada una de ellas ni sobre cuál era su contenido. “Incluso el Bocha se tentó con la idea de abrir un par y llevarse algunos dólares o algunas joyas, me acuerdo que dijo algo sobre que si tienen caja de seguridad es porque tienen mucha guita sin declarar, que sería como hacer justicia...” Pero Fede no quiso saber nada: “Acá estamos por algo más importante que la guita, estamos para rendirle tributo a Mandanga y devolverle algo de la felicidad que él supo darnos”, lo increpó en ese momento.
Con manos temblorosas, forzaron la caja de seguridad numero 245 y allí estaban, chiquitas, negritas, dos copias de la grabación de aquella noche. La Chiky fue la que se animó a agarrarlas y sin dudar, las metió en el bolsillo gigante de su campera oscura. Se fueron casi corriendo, cada uno para su casa, sin siquiera despedirse. Y no volvieron a verse ni a hablarse para evitar filtraciones de información.
Tenían la promesa de la Chiky de que en el término de un mes exacto, el video iba a estar publicado. Para delirio de todos. Para felicidad y placer de todos. Sabían que iba a cumplir y así fue: “Mandanga debe estar cagándose de risa en la casa, no debe entender nada, tengo que ir a explicarle”, pensó Fede. “Y ya mismo tengo que bajarme una copia de ese video y verlo mil veces, como mínimo”
Esa misma tarde, con la cara roja de emoción y las manos transpiradas, tocó el timbre de Mandanga. Fue él mismo quien abrió la puerta oxidada, con cara de pocos amigos. Sin reconocerlo, apenas asomando el cuerpo, casi le gritó: “Periodistas carroñeros, vienen a mofarse de mí, ya saben que fue Bardo quien colgó el video oculto para cagarme el negocio… ¡fuera de acá o los rajo a patadas!”
Federico, asombrado, al fin supo la verdad: le había vendido la historia cambiada sin contar que la adoración de sus fans podría jugarle en contra. Y en ese mismo momento supo que su adolescencia había terminado y que ya nunca volvería a tener un ídolo. 

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