Elogio de los eros arrebatados, de pasiones que no calculan, de pequeños
momentos totalizantes. Se trata de amores bien terrenales que muchas veces no
fueron correspondidos y dejan marcas. Como las que carga ese hombre que en “El
duelo postergado” relata el sufrimiento que le había causado esa mujer que
algunos años después reencuentra y ante la propuesta de oficiar de semental
prefiere seguir comiendo su bife de chorizo. Sí, un bife de chorizo. O como la
chica linda que, naturalmente, nunca se interesó por Jorgito, el tonto del
barrio, y algunos años después comprendió que nunca más conseguiría ser amada
por alguien de esa forma. Porque las marcas, las heridas, nunca son las mismas.
Son esencialmente corruptas y, aliadas al tiempo, se resignifican porque
siempre interpretamos nuestro ayer por lo que somos hoy.
Pero también son amores terrenales los que tenemos cuando abrazamos
con fervor una causa social o política a pesar de que muchos nos quieran
relatar que este tipo de compromisos sólo puede ser conducente si proviene de
una decisión racional. ¿Pero acaso no es amor, pasión y convicción lo que la
protagonista de “El asado” deja traslucir cuando se niega a quemar los libros
“prohibidos” ante su hija de 9 años incapaz de comprender que todo está
sucediendo en un contexto de dictadura sangrienta que ni el mejor Ray Bradbury
pudiera haber imaginado? Mismas cavilaciones e incomprensiones por las que
atraviesa la nena de “Orgullo o vergüenza” cuando no alcanza a dimensionar las
trayectorias de una vida y de un abuelo peronista que había tenido que
dedicarse a levantar apuestas clandestinas.
Pero es también el amor como testimonio cuando en “La Incubadora”
una mujer nos cuenta en primera persona una historia de sucesivas apropiaciones
de su cuerpo, desde su secuestro en un caso de trata de personas hasta las
trabas legales y las imposiciones morales que la obligan a proseguir con el
embarazo surgido de múltiples violaciones.
En
síntesis, amores locos, no tontos. Literatura en el barro, en nuestra historia,
en la esquina, con el corazón.
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